Vuelves a casa mientras maldices tu vida. Hace tiempo que no eres feliz, le das vueltas al dicho “que el dinero no da la felicidad” mientras afirmas con la cabeza y sonríes por no llorar.
Te paras ante un paso de cebra con el semáforo en rojo y sin saber cómo un extraño te invita a jugar a un juego. Abre una bolsa y te muestra una veintena de chapas. Hace años que no juegas y te pica la curiosidad.
Sin embargo, como todo en esta vida, la invitación tenía truco. Sabe de tus riquezas y debes apostar una gran cantidad de dinero.
Sin dudarlo un segundo accedes y aquellos minutos se convierten en los más emocionantes de tu vida. Has perdido, pero le entregas la cuantía sin pestañear esperando otra invitación.
En lugar de eso te da una tarjeta con unos extraños símbolos y en la parte trasera un código QR.
Esperas a llegar a casa para escanear el código. Te quedas sorprendido al darte cuenta que es una invitación a una cena. Una noche en el que distintas personas poseedoras de grandes riquezas y tú participaríais en una serie de juegos apostando todo vuestro patrimonio a un solo ganador.
La adrenalina que habías sentido aquella tarde jugando con el extraño había calado en ti creando una necesidad que no habías sentido antes.
Al final de la invitación hay dos casillas.